Magistrales
En la gran exposición de la Fundación Thyssen figuran numerosas obras maestras prestadas por la Galería Nacional de Hungría, pero hay dos que emocionan a quienes tienen sentido común para la historia de España y admiran a uno de sus mejores testigos, Francisco de Goya. Su obra es inmensa e ilimitada. Comienza como un brillante ilustrador de cartones para tapiz, un pintor de escenas sencillas para la nobleza, pero acaba como profeta de la revolución modernista que no llegará hasta un siglo más tarde. La transformación de Goya, desde la época de los cartones a la de los Disparates, tiene su noche pascaliana en la guerra contra el francés. Aquel enfrentamiento entre los invasores y un pueblo furioso fue tan cruel, sanguinario y despiadado por ambas partes como las futuras guerras mundiales en las que los civiles iban a sufrir la peor parte. Goya se sintió horrorizado y de ahí nacieron los espeluznantes grabados de los Desastres de la guerra, todavía hoy tan duros de contemplar, o más, que los de Grosz, Dix o Beckmann. Pero además de las violaciones, latrocinios, carnicerías y salvajadas, Goya supo pintar esos momentos sublimes en los que la guerra parece suspenderse y emergen los héroes invisibles. No podía presentarlos como lo que eran, a riesgo de ser fusilado, así que los disimuló con recursos de género. De modo que La aguadora y El afilador parecen dos tipos populares, dos figuras costumbristas, cuando son, en realidad, la mujer que, jugándose la piel, daba de beber a los guerrilleros y el hombre que afilaba sus cuchillos y sables. El soberbio equilibrio de la aguadora, su aplomo, la divinizan. El afilador es también una deidad, aunque infernal. Hay que mirarlos una y otra vez, y otra vez más porque difícilmente los volveremos a ver.
Recientemente se han dado a conocer las conclusiones del estudio histórico-técnico que, a lo largo de los últimos cuatro años, ha desarrollado un equipo liderado por Stefan Horsthemke de Artbridge en colaboración con el Fine Arts Experts Institute (FAEI) de Ginebra y el Cologne Institute for Conservation Sciences (CICS), en torno a la versión de La aguadora (1808) de Goya conservada en una colección particular en Japón. La obra ha permanecido en un almacén de Tokio durante las últimas cuatro décadas. Fue adquirida en 1974 por un fondo de inversión cuya cara visible fue Ichiro Tsuboi. Kazutaka Tsuboi, su hijo, heredó la pintura, y ha sido el actual responsable de la investigación sobre la obra, de la que se conocen además versiones en el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest –considerada históricamente como la primera versión original–, la Norton Simon Foundation de Carolina del Norte, el Museo Nacional de San Carlos en México y la colección del marqués de la Montesa en Madrid. La investigación, que ha consistido en un análisis iconográfico, un estudio histórico de las fuentes primarias en España, la investigación exhaustiva de la procedencia de la pintura, el análisis técnico y el estudio derivado de su estado de conservación, concluye que la obra representa a María Agustín, la heroína de la resistencia zaragozana a las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia. Se arguye, además, que Goya pintó esta tela durante su viaje en 1808 por tierras aragonesas, y los investigadores añaden hipótesis relativas a sus implicaciones políticas. Goya transforma la imagen de María Agustín para convertirla en un arquetipo de la clase de mujeres que apoyó a las tropas españolas en el campo de batalla durante la guerra con los franceses. La investigación concluye también que está llevando el Brandy a las tropas, no agua, como se creía, lo que confirmaría la necesidad de renombrar la obra.